Antifa: Entre la ideología y la amenaza interna que divide EE. UU.
En la más reciente edición del programa Punto Clave, la periodista Lucía Navarro abordó junto al analista político Erick Fajardo un tema que, aunque no siempre ocupa los titulares, sigue siendo un factor determinante en la polarización política de Estados Unidos: El movimiento Antifa.
El acrónimo —que significa antifascista— describe un conjunto de agrupaciones sin liderazgo formal, pero con una ideología común: Oponerse, incluso mediante la violencia, a lo que consideran expresiones de extrema derecha o fascismo. Sin embargo, como advirtieron Navarro y Fajardo, detrás de esa bandera ideológica se oculta una estructura más compleja y peligrosa de lo que aparenta.
De Weimar a Berkeley: las raíces del movimiento
Fajardo explicó que Antifa no es un fenómeno reciente, sino una expresión moderna del movimiento antifascista alemán surgido en 1932, en plena República de Weimar. “Antifa evoca un movimiento que nació como reacción al fascismo, pero que con el tiempo se transformó en un vehículo de la violencia revolucionaria”, señaló el analista.
En Estados Unidos, la reaparición visible de Antifa se remonta a los disturbios de Charlottesville en 2017, cuando una manifestación contra el retiro de una estatua del general confederado Robert E. Lee dejó tres muertos y decenas de heridos. Desde entonces, los enfrentamientos entre simpatizantes de Antifa y grupos de derecha se han multiplicado, tanto en las calles como en las redes.
Ideología sin rostro, estructura sin jerarquías
Aunque el FBI, bajo la dirección de Christopher Wray en 2020, describió a Antifa como una “ideología” más que una organización, Fajardo sostuvo que su estructura celular y su capacidad de coordinación encajan perfectamente en lo que los teóricos marxistas denominan “acción racional colectiva”. “Que no tengan oficina ni presidente no significa que no sean una organización. Antifa opera como una red interconectada, bajo un modelo de células autónomas que responden a una línea ideológica común”, explicó.
De acuerdo con la discusión en Punto Clave, esta “microfísica del poder” —concepto desarrollado por Michel Foucault y retomado por Fajardo— permite a Antifa operar en las sombras, mantener la invisibilidad de sus líderes y garantizar la continuidad del movimiento, incluso cuando algunos grupos son disueltos o sus miembros arrestados.
Un ‘foquismo’ estadounidense
Fajardo comparó a Antifa con los movimientos insurgentes latinoamericanos de los años setenta, como Sendero Luminoso en Perú o el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Bolivia y Colombia. “El modelo es el mismo: un foco guerrillero urbano, descentralizado, con capacidad de infiltrarse en instituciones y universidades, y con una narrativa de justicia social que encubre métodos de violencia revolucionaria”, afirmó.
Para el analista, el epicentro histórico del movimiento fue la Universidad de Berkeley, en California, desde donde se expandió hacia la costa oeste y más tarde a las Ivy League. “Antifa fue mutando; lo que comenzó como protesta contra la globalización y las cumbres del G7 o el G20, se convirtió en una plataforma de radicalización que hoy permea los campus universitarios”, puntualizó.
Financiamiento oscuro y redes digitales
Otro aspecto abordado en el programa fue el financiamiento del movimiento. Citando informes de Capital Research Center, Navarro y Fajardo mencionaron que desde 2016, organizaciones vinculadas a George Soros y su hijo Alex, a través de Open Society, habrían canalizado más de 80 millones de dólares hacia grupos identificados como de “violencia extrema”.
Fajardo añadió que el Departamento de Justicia y el FBI investigan actualmente las conexiones entre Antifa, el dark money y posibles fondos desviados incluso de agencias federales como la USAID. “Si se comprobara que parte de ese dinero público ha financiado actividades de Antifa, estaríamos ante una crisis institucional mayúscula”, advirtió.
Además, el analista subrayó el rol de la Deep Web como espacio de coordinación, entrenamiento y logística del movimiento, donde se manejan tanto las comunicaciones internas como la planificación de disturbios.
La juventud: Blanco del adoctrinamiento
Navarro llamó la atención sobre un elemento especialmente sensible: el reclutamiento juvenil. Para Fajardo, los estudiantes universitarios representan el principal objetivo de captación de Antifa, debido al “vacío ideológico” que, en su opinión, caracteriza a buena parte del progresismo contemporáneo.
“El romanticismo de los años 60 y la nostalgia por las utopías igualitarias han dejado en los jóvenes un terreno fértil para las ideas revolucionarias. Antifa lo aprovecha con una pedagogía de la violencia que se disfraza de activismo social”, señaló.
El analista añadió que los jóvenes estadounidenses de familias liberales —a diferencia de muchos inmigrantes con experiencia en regímenes autoritarios— carecen de “inmunidad política” frente a la manipulación ideológica.
¿Hacia dónde va Antifa?
Fajardo sostuvo que el movimiento ha evolucionado hacia formas de violencia más selectivas y sofisticadas. “Ya no buscan solo el caos callejero, sino objetivos concretos: sedes gubernamentales, universidades o corporaciones que consideran símbolos del sistema capitalista”, explicó.
Para el analista, el desafío ahora es cortar las fuentes de financiamiento y exponer las conexiones políticas y tecnológicas que permiten la subsistencia de Antifa. “Mientras exista dinero, narrativa y tolerancia institucional, el movimiento seguirá mutando. Pero si se identifica quién da las órdenes y quién paga las operaciones, puede desarticularse”, afirmó.
El espejo de América Latina
La conversación concluyó con una advertencia. Fajardo comparó la situación actual de Estados Unidos con la crisis política vivida en países como Perú o Bolivia, donde los movimientos revolucionarios terminaron erosionando la institucionalidad democrática. “Cuando se permite que las organizaciones extremistas crezcan bajo el pretexto de la libertad de expresión o el activismo social, lo que se hereda es una fractura social permanente”, sentenció.
Lucía Navarro cerró el programa subrayando el peligro de una sociedad “que confunde protesta con violencia” y que no logra reconocer cuándo la ideología se convierte en una amenaza interna.