Autoridad, deber y la promesa del orden
Entre los partidarios del despliegue de la Guardia Nacional, predomina un argumento moral y patriótico: El país necesita autoridad, no disculpas. Figuras como el senador Rand Paul, la gobernadora de Dakota del Sur Kristi Noem y el propio exvicepresidente Mike Pence han coincidido en que la seguridad “es la condición básica de la libertad”. Paul lo expresó sin rodeos: “Durante años, los progresistas confundieron compasión con debilidad. El presidente ha recordado que sin orden no hay justicia posible”.
Asociaciones de veteranos y sindicatos policiales han mostrado un respaldo casi unánime. La Fraternal Order of Police, con más de 300.000 afiliados, calificó la acción de “necesaria para proteger a los agentes que han sido superados por la violencia en las calles”. En ciudades como Chicago y Memphis, algunos comisionados policiales aseguran que la colaboración con la Guardia Nacional ha permitido reducir los tiempos de respuesta y contener incidentes de alto riesgo.
A nivel social, la medida también encuentra apoyo en comunidades cansadas de la inseguridad. En entrevistas para medios locales, comerciantes y padres de familia aseguran que “no se trata de política, sino de sobrevivir”. En barrios de clase trabajadora, la presencia de tropas es interpretada como un símbolo de que “alguien finalmente está haciendo algo”. Los sondeos reflejan esa tendencia: la seguridad pública, junto a la inflación, ocupa el primer lugar entre las preocupaciones de los votantes para las próximas elecciones.
Desde la Casa Blanca, los asesores de Trump insisten en que el despliegue no es un gesto de confrontación, sino una estrategia para “recuperar el control del espacio público” y demostrar que el gobierno puede actuar con decisión. “El pueblo respeta la fuerza cuando la fuerza protege”, dijo el portavoz Hogan Gidley. En esa frase se resume el espíritu de una política que busca, más que consenso, eficacia.