Entre el orden y la libertad
Con los primeros resultados visibles en ciudades como Memphis y Washington D. C., el debate sobre la Guardia Nacional se ha convertido en un espejo del momento político de Estados Unidos. El presidente Trump lo ha descrito como “una restauración del orden perdido”; sus críticos, como “una amenaza a la democracia”. Ambos tienen parte de razón. El país vive un punto de inflexión donde la seguridad y la libertad se enfrentan cara a cara, sin intermediarios.
En la práctica, el despliegue ha devuelto la calma a zonas antes incontrolables. Comercios que habían cerrado por temor a saqueos han reabierto. Los índices de delitos violentos comienzan a descender, según reportes preliminares del Departamento de Seguridad Nacional. Sin embargo, la presencia de tropas también ha provocado un replanteamiento más profundo: ¿cuánto poder estamos dispuestos a conceder al Estado en nombre de la tranquilidad?
Historiadores recuerdan que las grandes democracias siempre se redefinen en momentos de crisis. Así ocurrió durante la Reconstrucción, en los años 60 con los disturbios raciales, y tras el 11-S con la expansión de los poderes de vigilancia. En cada caso, la sociedad aceptó sacrificios temporales para preservar el conjunto. “No hay libertad sin ley, ni ley sin autoridad”, dijo el analista conservador Victor Davis Hanson, quien ve en las medidas de Trump “una advertencia necesaria para un país que flirtea con el caos”.
Al final, la pregunta que subyace no es jurídica ni partidista, sino moral: ¿preferimos la incertidumbre del desorden o la incomodidad del control?
Estados Unidos, una vez más, está obligado a decidir qué significa ser libre.