Amor, fe y madurez emocional

En una conversación que combinó sinceridad, humor y profundidad espiritual, un grupo de jóvenes cristianos debatió, en el programa Real Life, sobre cómo el amor, el noviazgo y el matrimonio se han transformado en tiempos donde la fe, la cultura y la tecnología parecen tirar en direcciones opuestas.

El diálogo, entre jóvenes de distintas experiencias y contextos, giró en torno a una pregunta central: ¿qué significa amar bien en una época marcada por la ansiedad, el individualismo y la desconfianza emocional?

Desde el inicio, surgió una idea que se repitió como eco: la madurez emocional es el nuevo cimiento del amor. Uno de los participantes lo resumió con claridad: “Si un hombre está llamado a liderar, tiene que ser emocionalmente estable. Si su mente no está en orden, su juicio se nubla. Y si no busca a Dios, será difícil que guíe bien.” La conversación derivó hacia la idea de que el liderazgo masculino —frecuentemente debatido en los entornos modernos— no debe entenderse como poder, sino como responsabilidad y equilibrio espiritual.

Otra joven añadió que la estabilidad emocional se pone a prueba en los conflictos: “No se trata de quién gana una discusión, sino de quién sabe quedarse para arreglarla. No de irse y callar por horas, sino de tener la madurez para hablar, aun con el corazón alterado.” En ese sentido, la inteligencia emocional se entendió no como una habilidad moderna, sino como una virtud bíblica: la capacidad de mantener la paz, incluso en medio del desacuerdo.

A lo largo del intercambio, la conversación también se detuvo en las presiones culturales y familiares que pesan sobre las relaciones jóvenes. La mención a un comentario reciente de Emma Watson —quien calificó como “una violencia” la presión por casarse— abrió una reflexión sobre los mandatos sociales. Una de las participantes, de raíces hispanas, reconoció que crecer en una cultura donde “casarse joven y tener hijos pronto” es casi un mandato, genera ansiedad y comparación. Pero también subrayó que “todo tiene su tiempo, y ese tiempo es el de Dios”.

Otra voz coincidió: “Yo también sentí esa presión. Veía a mis primas casadas y con hijos, y pensaba que me estaba quedando atrás. Pero cuando me rendí ante Cristo, entendí que algunos somos llamados a casarnos, y otros no. La pregunta real es si ese deseo viene de Dios o de lo que el mundo te dice que deberías querer.”

El tema derivó hacia el fenómeno contemporáneo del “ensayo amoroso” o la cultura del ensayo matrimonial, donde convivir o vivir relaciones informales se percibe como una etapa previa al compromiso. “Vivimos en un tiempo en que muchos quieren los beneficios del matrimonio sin el pacto del matrimonio”, advirtió una joven. “Si actúas como esposa siendo novia, ¿por qué él sentiría la necesidad de comprometerse? Se ha normalizado darlo todo sin exigir el valor del compromiso.”

Entre las reflexiones más llamativas surgió una parábola contemporánea: “Dicen que no hay que ir al supermercado con hambre porque compras cosas que no necesitas. Lo mismo pasa con las relaciones: si entras en ellas desde la necesidad, terminas eligiendo lo que no te hace bien.” La idea resonó en todos: antes de buscar a alguien, hay que aprender a estar completos en Dios.

El cierre del intercambio reunió convicciones personales y verdades espirituales. Uno de los jóvenes lo expresó con serenidad: “Lo que es para ti, no tendrás que robarlo, manipularlo, ni dormir con alguien para conservarlo. Lo que es tuyo llegará en el tiempo perfecto de Dios.”

En los minutos finales, el grupo abordó el tema del vacío de masculinidad y la confusión de roles en la cultura actual. “Muchos hombres hoy no saben quiénes son”, comentó uno de los participantes. “La cultura les ha dicho que ser caballeroso es ofensivo y que ser firme es tóxico. Pero la masculinidad bíblica no es agresiva: es sacrificial. Se trata de amar como Cristo amó a la Iglesia, con entrega, con trabajo, con responsabilidad.”

Otro añadió una lectura más sociológica: “Hay una guerra contra la familia y contra el orden natural de las cosas. Hoy muchos hombres crecen sin padre, las parejas viven juntas sin compromiso, y el divorcio se ha vuelto la norma. Y claro que tenemos miedo: no queremos repetir esos errores.”

Pese al tono crítico, el grupo coincidió en una conclusión esperanzadora. Aun en medio de una cultura que confunde la libertad con el desarraigo, los jóvenes afirmaron que la respuesta sigue siendo la misma: volver a Dios, al propósito, y a la construcción paciente del amor verdadero.

“Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás vendrá por añadidura”, citó uno de ellos para cerrar, mientras los demás asentían. Una verdad antigua, pero siempre nueva: el amor no se inventa, se revela cuando la fe madura y la espera se convierte en propósito.

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